
Léon Bénouville. La Colère d'Achille, 1847
Mientras escribía la crónica anterior, hice algunas pausas para buscar representaciones de Aquiles en la historia del arte. Cuál no sería mi sorpresa al encontrar que son escasas y bastante anodinas. El equilibrio entre su peso en el imaginario colectivo y su huella en las artes visuales es precario, ridículo...
Encuentro en las redes La Colère d'Achille, una pintura de Jean-Achille Bénouville, realizada en 1847. Se encuentra actualmente en el Musée Fabre, en Montpellier, Francia, concretamente en la Salle Ingres et l’École des Beaux-Arts. Bénouville. El pintor, un francés neoclásico, se ocupó fundamentalmente de temas históricos, religiosos y mitológicos. Trending topics de aquel entonces... lo de retratar las miserias de la fauna local se volvió una moda muchos años más tarde. Su obra se caracteriza por una rigurosa composición, una paleta sobria y la idealización de la figura humana, típico del academicismo francés de mediados del siglo XIX.
Este Aquiles señores, es un poema. Uno pre-colérico. Imposible saber cuál es la razón de esta perreta, porque fueron muchas. La Ilíada está dividida en 24 cantos —o libros, que narran unas pocas semanas del décimo año del sitio de Troya. Días decisivos que nuestro héroe pasó de un ataque de cólera a otro. Hay que entenderlo. Diez años al pie de las murallas: calor, frío, mosquitos, serpientes... sin bañarse. Héctor burlándose de todos ellos desde el muro.
Si queremos tragarnos esta pieza como una pastilla amarga, de un sorbo y sin crítica previa, decimos que la imagen capta a un Aquiles en un cuadro transitorio de ira inhibida con signos de ideación obsesiva. Estos estados son propios de alguien que ha sido profundamente ofendido o traicionado, pero que aún conserva un mínimo de control racional. Dinos Aquiles, lo que te tiene perplejo, Agamenón, la muerte de tu querido Patroclo... alguna pista. Pudiéramos decir también que se encuentra en un momento de cognición disonante: sabe que una acción impulsiva puede tener consecuencias graves, pero su fisiología está lista para la agresión. Repito que esto es lo que podemos contarle a una persona sin el cuadro delante.
¿Qué tal luce Aquiles en esta obra?
Sus ojos, abiertos como platos, miran al vacío. Su postura evidencia una tensión muscular superficial, demasiado ligera para corresponder a un estado colérico. Lleva su mano derecha en la sien. El gesto y su mano encangrejada me parecen forzados, una impostura gratuita. Una manera baratísima de comunicar la tensión de su psique. La manera en que apoya los pies —uno delante de otro— sugiere que Bénouville estaba más pendiente de la gracia de la pose que de su estado anímico.
Así sería la descripción de un crítico de arte, buen amigo del artista, por cierto
Ahora bien, para mi gusto, dentro de la tradición iconográfica del héroe homérico, es desconcertante —por no decir risible. El título de la pintura promete una furia descomunal, un estallido de energía divina, la manifestación de la violencia propia del mayor guerrero de la mitología griega. Lo que veo, en cambio, es un muchachito musculoso y desorientado, sentado en una butaca como quien espera su turno en el proctólogo.
No es que su desnudez confirme el linaje divino de sus atributos masculinos; más bien, los descalifica. Su épica demandaba cierta desmesura; lo que queda es mesura, y bastante tímida. Su expresión está a punto de puchero. En su mirada perdida no vemos a un héroe desgarrado, sino a un despistado que de repente se pregunta si cerró o no la puerta, si apagó el fogón.
Un desliz lamentable es la presencia, a un costado, de una lira. Símbolo del equilibrio entre lo apolíneo y lo dionisíaco, es reducida a un accesorio decorativo, casi un juguete abandonado junto a los pies del héroe. ¿Qué tiene que ver la lira con la cólera? ¿Dónde está la lanza, dónde la espada? El conjunto combina mejor la pereza adolescente con una estética neoclásica de catálogo.
Comparado con la potentísima ausencia que vimos en el post sobre Los caballos de Aquiles, donde la furia del héroe se encarna en la bestial inquietud de sus animales, este alfeñique es una nota al pie sin verbo ni sangre. Apenas transpira una duda, convertida la furia en pasmo, la gloria en pose y la mitología en contexto escenográfico.
Benouville no representa la cólera, sino la incapacidad de actuar, la caída en la introspección vacía, una especie de existencialismo prematuro y anodino. El semidiós, privado del impulso más básico, se convierte en un amanerado de salón, útil tal vez para decorar el despacho de un esteta solitario y melancólico, totalmente incapaz de sintonizar con el relato épico que lo engendró.
Este Aquiles no es un héroe, es síntoma y advertencia. El recordatorio de lo que ocurre cuando la lira reemplaza a la lanza. Un semidiós sin propósito ni argumento. Una afrenta: un pitirre, un canario de jaula, un perro bobo, una galleta zocata.

Jacques-Louis, David. The Anger of Achilles. Google Art Project
PD
Otros Aquiles, por el estilo: el de Exequias, un ánfora ilustrada con las figuras de Aquiles y Áyax jugando a los dados, que puede verse en los Museos Vaticanos. El Aquiles que mata a Pentesilea —también cerámica, de autor desconocido, casi quinientos años más vieja que el Cristo— en el Staatliche Antikensammlungen de Múnich. Esta copa muestra a Aquiles matando a la reina amazona Pentesilea en combate, justo en el momento en que se cruzan las miradas y él se enamora de ella. Una tragedia griega en toda regla. Ver en galería
Otra de sus cóleras: la que pintó Jacques-Louis David y se encuentra en el Museo de Arte Kimbell, en Fort Worth, Texas. Contradictoria también, porque casi todo el mundo tiene más prestancia y presencia que el propio Aquiles. Surtidos los hay por toda la historia del arte.







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