
Fotografía tomada de su muro de Facebook
Ayer, —bastante tarde, me enteré del trágico fallecimiento del artista Rewell Altunaga a través de un post de Jesús Hdez‑Güero, otro creador cubano radicado en Madrid. Hdez‑Güero compartió el artículo que CNN publicó justo ayer en su versión digital. El texto, firmado por Ray Sánchez —puertorriqueño que en su momento reportó desde La Habana para ese medio— cuenta que se encontraba con frecuencia a Rewell en las calles del West Harlem, al norte de Manhattan.
El artículo —De Camagüey a Harlem: el legado y la herida de Rewell Altunaga— está lleno de detalles que lo matizan emocionalmente. Les comparto un breve resumen:
Altunaga nació en Camagüey, Cuba, en 1977. Formado en pintura, cerámica y fotografía, fue profesor y luego subdirector de la Academia de Artes Visuales de Ciego de Ávila. Allí conoció a la joven artista Naivy Pérez, con quien compartió años de vida y de proyectos. Quienes lo trataron entonces lo recuerdan como un creador intenso, alguien para quien el arte no era un oficio sino un impulso vital, irreprimible.
Desde cierto punto de vista, su obra se adelantó a su tiempo. Fue pionero en el uso de elementos de videojuegos como materia prima artística, creando piezas que dialogaban con Delta Force, Vice City o Arma 2. En un país como Cuba, donde la tecnología es limitada y escandalosamente costosa, Altunaga abrió sendas inéditas para toda una generación de artistas, uniendo cultura digital y experimentación estética con una agudeza que no buscaba aplausos sino autenticidad y verosimilitud.
En 2013, ya reconocido, fue cocurador de la muestra Cuban Virtualities en la Universidad de Tufts, que exploraba la inesperada creatividad nacida de la carencia tecnológica en la isla. Colegas como la curadora Liz Munsell lo evocan como un ser generoso y extraordinariamente lúcido. Su legado, aunque discreto, dejó una impronta que hoy ofrece otra perspectiva sobre el arte contemporáneo de su generación.
En 2014 emigró a Estados Unidos con la esperanza de un futuro distinto. Llegó con sueños de estudiar y seguir creando, pero también con una vulnerabilidad que pronto se haría demasiado evidente. Nueva York lo recibió con sus luces y sombras: la dificultad de adaptarse, la distancia de su hijo y el aislamiento se entrelazaron con las tentaciones de toda la vida. Las drogas se cruzaron en su camino y, con el tiempo, perdió la estabilidad y el rumbo que alguna vez lo guiaron.
Quienes lo conocieron de cerca subrayan su humanidad. Amigos como Julio Llopiz‑Casal lo describen como uno de los artistas más valiosos de su generación, alguien que jamás convirtió su obra en espectáculo mediático. Incluso cuando cayó en adicciones, ideó proyectos para ayudar a personas sin hogar, repartiendo kits de supervivencia y compartiendo lo poco que tenía.
Pero la espiral fue implacable. Entre episodios de salud mental frágil, detenciones y la dureza de la vida en Harlem, Altunaga se fue apartando del arte hasta el extremo de destruir discos duros con su trabajo. Aun así, la memoria de su obra sobrevivió gracias a quienes rescataron esos registros, conscientes de su valor histórico y creativo.
El 17 de junio de 2024 su cuerpo apareció en el río Hudson. Su muerte, marcada por el misterio y la marginalidad, contrasta con la riqueza de su legado. Sus cenizas reposan hoy en un apartamento de Harlem, no lejos de donde vivió sus últimos días. Tenía 47 años.
Altunaga encarna la historia de tantos artistas que, lejos de su tierra, quedan atrapados entre la precariedad y el deseo de crear. Su vida fue testimonio de la fuerza y la fragilidad humanas, un recordatorio de que el talento no siempre basta para sostener una existencia digna en contextos adversos. Quienes lo amaron y admiraron rehúsan quedarse con el sensacionalismo de su caída y reivindican la huella profunda que dejó en la cultura visual cubana y en la memoria de quienes, aun sin conocerlo, creen que el arte —aun derrotado— sigue iluminando el mundo.
Omitiendo detalles de gran valor emocional, el resumen precedente nos permite asomarnos a su historia. Es cierto que, al menos para los artistas que llegan a Estados Unidos desde Cuba, el choque con una sociedad marcada por una competitividad compulsiva —donde casi todo el tiempo disponible se invierte en trabajar para permanecer, apenas para sobrevivir— resulta devastador.
Si por un lado el nuevo país te libera de todas las amarras, también lo hace de todas las justificaciones. Desde el primer día penaliza la duda, la procrastinación, esos momentos imprescindibles de ocio donde suelen cocerse la poética personal. Apenas queda tiempo no ya para hacer arte, sino simplemente para ser.
He experimentado, como tantos, la duda; la ceguera, la oscuridad que nubla la mente; amenazas reales e imaginarias, durante mucho tiempo. Como muchos otros, un día cualquiera pensé en la liberación de una salida violenta: regresar a Cuba, saltar de un puente… fantasías ocasionales que solo unos pocos convierten en realidad. No digo que este haya sido el caso, no sé nada nada de esta triste historia. Conocí de oídas a sus protagonistas y sus obras; no tuve jamás el gusto de tratarlos personalmente.
Sí conozco, —y me veo en ellos en cambio—, a muchos creadores de exquisita sensibilidad y enorme talento que chapotean en un mar de dudas, aferrados a una confianza incierta, a la hoy oscura autoestima que en su día encandiló tantas pupilas. No es un país fácil. Una muchacha entrañable me dijo un día en un parqueo cercano al Museo de Coral Gables: No puedes permitirte un momento de distracción. La menor de ellas te va a costar mucho dinero y como estado permanente, te cuesta la vida.
Por eso deseo a mis amigos que escalan —también empezando por mí— que Dios nos conceda la fuerza necesaria para librarnos con trabajo y voluntad, de las cadenas de la supervivencia y avanzar libremente hacia la plenitud de la creación.
El artículo de CNN en
https://www.cnn.com/2025/07/19/us/the-tragic-demise-of-squirrel-man-a-cuban-artist

Naivy Perez and Rewell Altunaga, after the artist began living on the streets of New York City. Courtesy Naivy Perez




Comments powered by Talkyard.