
El diseñador de moda estadounidense Willy Chavarria en el Gala Met 2025
El diseñador estadounidense Willy Chavarría, en colaboración con Adidas Originals, presentó el Oaxaca Slip-On, un calzado moldeado en negro, de punta abierta, cuya estética remite directamente a los huaraches de Villa Hidalgo Yalálag, en Oaxaca. El conflicto estalló al descubrirse que el zapato, fabricado en China, ignoró por completo a las comunidades que le dieron origen, sin consulta ni reconocimiento alguno.
Esta escena se repite con la regularidad de las mareas. Una marca reconocida lanza un producto 'inspirado' en el repertorio formal de cualquier comunidad asentada en algún exótico rincón del planeta y las redes sociales estallan. Las autoridades culturales claman por justicia, dictan sentencia, y al acusado —marca, diseñador o celebridad de turno— no le queda otra salida que confesar el pecado y pedir perdón en público.
El delito de Chavarría fue tomar 'prestado' un diseño de sandalia que los huaraches oaxaqueños llevan siglos trenzándose a mano en Villa Hidalgo Yalálag. El delito de la compañía fue fabricarlo donde se fabrica casi todo lo que se produce masivamente: China. Como si esto no fuera suficiente, le pusieron un precio y una etiqueta que dice Adidas.
Hasta la presidenta de México, Claudia Sheinbaum, denunció la apropiación; la subsecretaria de Cultura prometió acciones. Adidas bajó las fotos, envió las cartas de rigor y ofreció disculpas. Chavarría, en un acto de contrición pública, dijo que lamenta 'profundamente' no haber trabajado con la comunidad implicada, que su intención siempre fue 'honrar' y que sabe que 'el amor no se da, se gana con la acción'.

La subsecretaria de Desarrollo Cultural de México, Marina Núñez Bespalova
Si destilamos químicamente el concepto de la apropiación resulta, sin lugar a dudas, algo más que una abstracción académica. En su estado puro y en condiciones de asepsia cultural extrema, significa que quienes detentan poder económico o mediático adoptan —y muchas veces agotan— símbolos, prácticas o creaciones de comunidades históricamente marginadas, beneficiándose de ellos sin reciprocidad. Hoy se trata, otra vez, de un objeto de uso cotidiano convertido casi a la fuerza en un icono identitario, arrancado de su contexto y reinsertado en el circuito global de consumo con un precio y un relato que poco tienen que ver con su origen. Dando por sentado que pueden rastrearlo hasta el invento universal del calzado.
Hasta aquí, el guion es impecable: hay un infractor, hay indignación, hay disculpas, hay promesa de enmienda. Pero en algún momento habrá que preguntarse: ¿no llevamos milenios inspirándonos —o copiándonos— unos a otros? La historia del arte, de la moda y del diseño es un continuo intercambio, mezcla y mutación de formas, técnicas y materiales. Desde que un comerciante fenicio trajo una tela teñida de púrpura a Grecia, o un arquitecto romano adaptó columnas egipcias, vivimos en una economía simbólica donde todo lo que hoy consideramos “auténtico” nació, en algún momento, de una apropiación.

El zapatero oaxaqueño Juan Aquino
No intento justificar que se ignore a las comunidades creadoras ni que se les excluya de los beneficios económicos. Pero la economía moderna no funciona así. La frenética dinámica de la cultura de consumo contemporánea no se puede dar el lujo de participar en interminables negociaciones con grupos de artesanos que quieren —o pretenden— comerciar, obtener rédito o ganancias con muchos objetos de uso cotidiano cuyo origen se pierde muy atrás en el tiempo.
Tal vez la obsesión actual por la condena inmediata y la humillación pública esté simplificando un problema complejo por otras razones. La artesanía oaxaqueña no está en peligro ni mucho menos por un par de sandalias fabricadas en serie, así como las pirámides mayas no van a desaparecer porque alguien las pinte en una camiseta o en una taza de té. El peligro real está más bien en la desigualdad estructural que impide a esas comunidades negociar desde una posición de fuerza. En cualquier caso, Adidas está visibilizando una manera extraordinaria y muy peculiar de hacer artesanía, lo cual aumenta, por exposición, el valor del objeto original.
Si yo, por ejemplo, quiero abrir una pizzería, ¿debo pedir autorización al pueblo italiano? Estos mismos italianos, cuando empezaron a producir espaguetis, ¿pidieron permiso al pueblo chino? Cuando notaron que ambos, pizza y pasta, iban mucho mejor con tomate… ¿pidieron permiso al pueblo mexicano?
Una cosa es un objeto producido por una persona, comercializado sin autorización del autor o de sus herederos directos, y otra es reclamar la invención de la rueda, el cuchillo, el palo con punta, el pan, el batido y la tortilla de patatas.
El “Oaxaca Slip-On” affair es el síntoma, no la enfermedad. El escándalo pasará, el zapato se convertirá en objeto de coleccionista y, dentro de un par de años, alguien más, en algún otro lugar, repetirá la jugada. Lo que no cambiará es nuestra fascinación por señalar con el dedo al infractor del momento, mientras seguimos comprando, usando y admirando un sinfín de cosas cuyo origen, si lo investigáramos a fondo, también tendría mucho de “apropiación”.
Ahora Adidas promete reparar el daño. Los huaraches están convencidos de que no hay industria que pueda capturar el olor del cuero curtido de su tierra, la tensión centenaria del trenzado manual ni el conocimiento transmitido de mano en mano durante generaciones. Entonces, ¿de qué se preocupan? ¿De que lo comercialicen como si fuera un diseño original? ¿Qué parte del Oaxaca Slip-On no es oaxaqueña?
Quizá la pregunta no es si debemos perseguir estas prácticas, que tienen, a mi entender, bastante de marketing local, o castigarlas, sino si estamos dispuestos a ir más allá del espectáculo de la culpa y entrar, de una vez, en el terreno menos fotogénico pero más efectivo: el de acuerdos reales, pagos justos y colaboraciones auténticas.

Los Oaxaca Slip-On









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