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Erika NJ Allen y el lenguaje de las frutas

Agosto 5, 2025 | By R10
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Todo el material fotográfico por cortesía de la artista

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Cuando Harry Belafonte lanzó su célebre Day-O (The Banana Boat Song) en 1956, no lo hizo con la intención de celebrar la alegría tropical ni de brindar un himno festivo para animar cócteles caribeños en los suburbios blancos de América. La canción —basada en un canto tradicional jamaiquino de estibadores nocturnos que cargaban bananas a la espera del tally man que contara su trabajo al amanecer— es, en realidad, una plegaria cansada, un lamento con ritmo. Su tono vibrante enmascara una rutina extenuante y mal pagada, marcada por la espera y la invisibilidad. Paradójicamente, su ascenso meteórico al mainstream norteamericano borró ese trasfondo. El público la acogió como un exotismo sonoro, una pieza pintoresca ideal para fiestas temáticas, desconectándola por completo de sus orígenes. Así, una canción sobre trabajo duro, explotación y deseo de descanso se convirtió en símbolo involuntario del escapismo colonial, revelando cómo una cultura puede ser celebrada y, al mismo tiempo, malinterpretada hasta el límite de la caricatura.

Dado este y otros tantos precedentes —y aunque no creo que en el terreno de las artes visuales pueda suceder tal cosa— no es ocioso comentar un conjunto de obras que pudieran correr el riesgo de padecer similares malinterpretaciones. Me refiero a la exposición de Erika NJ Allen, This Is Not a Banana Republic, presentada en la Weston Art Gallery (650 Walnut Street, Cincinnati, Ohio 45202).

Todo el material fotográfico por cortesía de la artista

La curaduría resume el enfoque con sobriedad: 'Erika NJ Allen creates immersive mixed-media installations exploring her personal journey and the broader immigrant experience. This Is Not a Banana Republic unfolds as a symbolic battleground depicted through clay sculptures and evocative photography. Here, the resilience of the human body stands as a defiant gesture against oppressive systems. The banana, once a simple fruit, emerges as a potent metaphor for the artist's struggle and the enduring war against the immigrant experience.'

Pero quiero hablar, fundamentalmente, de dónde salen estas instalaciones que algunos calificarían —con ligereza— de bananeras. Y para ello, es necesario hablar de la artista.

Nacida en Ciudad de Guatemala y actualmente radicada en Cincinnati, donde imparte clases en la Art Academy of Cincinnati, Erika NJ Allen no se presenta al mundo desde un linaje artístico tradicional. Su práctica no surge de academias elitistas ni de una juventud volcada al arte, sino de un recorrido marcado por desvíos vitales, pérdidas y reconstrucciones que hoy configuran una voz de notable honestidad. Su obra, profundamente autobiográfica y crítica, se inscribe en el centro mismo del debate contemporáneo sobre migración, colonialismo y poder, sin renunciar por ello al gozo estético ni al impulso de diálogo.

Durante años, Erika creyó que el arte no era una opción de vida. En su entorno, una carrera artística era vista como un pasatiempo improductivo, algo que no podía tomarse en serio. Se le insistía, como a tantos otros, en el camino de la ley o la medicina. Y durante un tiempo lo intentó. Pero fue después de perder su empleo —ese que prometía estabilidad y buen salario— que decidió escucharse por dentro. Con una cámara digital en mano y el deseo de aprender a usarla, se inscribió en el GED —'como parir un hijo', diría más tarde— y, poco después, en la Art Academy of Cincinnati, donde estudió fotografía y diseño como estudiante no tradicional.

Todo el material fotográfico por cortesía de la artista

El giro hacia la cerámica llegó en otro momento de quiebre. Tras atravesar una etapa difícil, en la que su cuerpo y su ánimo aún buscaban restablecerse, Erika fue invitada a participar en un proyecto comunitario en Wave Pool que la vinculó, casi por accidente, con la arcilla. No tenía formación en cerámica, pero la urgencia de crear con las manos la llevó a explorar ese nuevo lenguaje. Aún convaleciente —y sin saberlo, en proceso de transformación más profunda— comenzó a modelar, instintivamente, lo que su cuerpo deseaba: piñas, aguacates, salmones, bananas. Alimentos sanos, vibrantes, llenos de agua y luz. De ahí nació su obra. “Solo podía modelar lo que ya había digerido”, diría. Ese gesto intuitivo, corporal, se convirtió en el centro mismo de su trabajo.

La exposición This Is Not a Banana Republic articula ese tránsito desde lo íntimo hacia lo colectivo. Allen transforma el plátano —objeto cotidiano, tropicalizado hasta la caricatura— en una figura simbólica densa y contradictoria: emblema fálico, fruto de exportación, testigo de imperios. Una receta de Banana Shrimp Curry tomada de un recetario de Chiquita Banana de los años 50 —reproducida letra por letra en cerámica— introduce al espectador a una sala que simula una plantación, con hojas de banano pintadas y esculturas suspendidas que evocan serpientes venenosas camufladas entre los frutos.

Esa serpiente —la barba amarilla— aparece una y otra vez en su narrativa, como amenaza silenciosa que se mimetiza en lo cotidiano. Allen no ha estado nunca en una plantación bananera, pero eso no le impide construir una ficción crítica a partir de los signos visibles. Lo importante es el gesto: revelar lo que se oculta en la fruta exótica que adorna los supermercados del norte global. Si una sola persona, dice, empieza a preguntarse por el origen de una banana tras ver su obra, entonces ha valido la pena.

La pieza Domestic Fallout, recientemente exhibida en el Carnegie, extiende esta crítica a otros registros materiales. En ella, Allen combina bananas cerámicas con recipientes de vidrio de uranio —objetos decorativos de cocina que, en otro tiempo, simbolizaron modernidad y domesticidad— para evidenciar cómo las economías extractivas se infiltran en la vida cotidiana. La fluorescencia espectral del vidrio bajo luz negra vincula el acto doméstico de servir fruta con la historia oculta del colonialismo, la toxicidad ambiental y la industria armamentística. En palabras de la artista, se trata de convertir cocinas y mesas en testigos silenciosos del conflicto global.

Pero Erika NJ Allen no está interesada en cancelar culturas ni en imponer dogmas. “No quiero abolir la cultura del plátano”, dice con claridad. Su obra no busca escandalizar, sino sensibilizar. Lo que propone es empatía. Empatía con quienes migran, con quienes sobreviven, con quienes transforman su dolor en algo que pueda compartirse. Y para ello, necesita que el arte sea táctil, accesible, imperfecto. Un canal, no un pedestal.

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Su próximo proyecto —una participación en la colectiva Ancestral Visions, Future Dreams, organizada por el Urban Native Collective en octubre de 2025— la vincula con artistas indígenas que reflexionan sobre herencia, futuro y resiliencia. No es un gesto superficial de inclusión, sino una continuación natural de su compromiso con los saberes comunitarios, con la historia oral, con el arte como herramienta de reparación simbólica.

El vértigo de una carrera meteórica no forma parte de sus aspiraciones. Su obra madura en silencio, en talleres comunitarios, en residencias como la Archie Bray Foundation, en premios como el Artadia o el NCECA Emerging Artist Award. Pero sobre todo, en la coherencia entre su experiencia vital y práctica artística. Cada una de sus obras es una declaración íntima y radical de existencia: 'Estoy aquí. Estoy viva. Y esto es lo que tengo para ofrecer'

En tiempos donde el arte se disuelve fácilmente en la autocelebración o en la denuncia vacía, Erika NJ Allen ofrece sin permiso el testimonio del cuerpo afectado y del objeto transfigurado.

El exotismo distrae; quien no mira más allá, pierde el verdadero lenguaje que aquí se articula.

PD

Notations on Ritual, curada por Sso-Rha Kang, está en exhibición desde el 14 de marzo en The Carnegie (1028 Scott Blvd, Covington, KY 41011) y permanecerá abierta hasta el 16 de agosto.

This Is Not a Banana Republic—A Manifesto of Empire Domination, the Immigration Experience, and Empathy estará en exhibición en la Weston Art Gallery (650 Walnut Street, Cincinnati, Ohio 45202) hasta el 24 de agosto de 2025.

Su próximo proyecto, Ancestral Visions, Future Dreams, organizado por el Urban Native Collective, tendrá lugar en octubre de 2025 en el Contemporary Arts Center (44 E 6th St, Cincinnati, OH 45202).

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