THE

ANNEX

updated

snapshots

Y los caballos divinos lloraron

Mayo 15, 2025 | Por R10
Vea el original en español

Automedonte intentando controlar a Janto y Balio, los inmortales y majestuosos caballos de Aquiles.

Go to English Version

Años antes de sumergirme en la versión castellana de la Ilíada que legó Luis Segalá y Estalella, ya me había conmovido el hermosísimo resumen que José Martí redactó para La Edad de Oro. Su sencillez, su escandalosa belleza, es brutal.

A propósito de uno de sus pasajes, quiero comentar una pintura que exhibe el Museum of Fine Arts de Boston. Pintada por Henri Regnault en 1868, representa al auriga Automedonte intentando controlar a Janto y Balio, los inmortales y majestuosos caballos de Aquiles. Desesperan por la muerte de Patroclo. Comprenden las emociones humanas y saben que la noticia será devastadora para el aqueo. No solo eso.

La escena narrada por Martí es adorable:

“(...) olvidó Patroclo el encargo de Aquiles, de que no se llegase muy cerca de los muros. Apolo invencible lo espera al pie de los muros, se le sube al carro, lo aturde de un golpe en la cabeza, echa al suelo el casco de Aquiles, que no había tocado el suelo jamás, le rompe la lanza a Patroclo, y le abre el coselete, para que lo hiera Héctor. Cayó Patroclo, y los caballos divinos lloraron.”

Vamos a la fuente.

“Canta, oh diosa, la cólera del Pélida Aquiles.”

Con este verso cargado de negros presagios comienza la versión clásica de la monumental Ilíada. El entorno emocional es intenso, trágico y profundamente humano. Está marcado por la cólera, las heridas del honor, la pérdida, la gloria efímera y la constante presencia de la muerte. Sus escenas rebosan un orgullo doloroso, amor filial y furia divina. Un mundo poético donde nadie escapa a su destino y los héroes combaten conscientes de que no volverán a ver a sus hijos.

De una manera u otra, profunda o superficialmente, estamos familiarizados con sus historias. Que tratan —sobre todas las cosas, y como bien refleja su primer verso— del amor, el dolor y la furia de Aquiles. De una manera bastante lastimosa, cuando pensamos en Aquiles lo hacemos en Brad Pitt. Por muy Pitt que sea Brad, lo reduce a un rubito majadero con habilidades marciales. No me basta para encarnar a un semidiós con 99,23 % de inmortalidad. Es una opinión personal.

La pintura.

Qué manía la de los griegos de llevar a cabo sus más grandes hazañas en pelotas. Por Dios. Envueltos de cualquier manera en un par de metros de tela —túnicas, según los helenistas. Automedonte luce asombrosamente aseado, blanco y pulcro para llevar casi una década sujetándole las bestias sagradas a Aquiles.

Sus caballos son —se ven— gloriosos. Inconsolables, no responden a la razón. Los embargan emociones muy profundas por la rabia y el dolor de la pérdida. Ni obedecen, ni se dejan apaciguar. Automedonte no los controla: apenas les sobrevive. Su enervado cuerpo representa la resistencia espontánea ante el caos emocional. No solo la suya.

La muerte de Patroclo, la pérdida para Aquiles, ha desencadenado una furia trascendental que sobrepasa el escenario de la guerra y desborda la naturaleza misma. El duelo de la tierra transformado en ira volcánica. Lo irracional, de momento, domina lo racional.

Hay un recurso literario que se ha extendido profusamente a la visualidad: la metonimia. Nombrar algo por una asociación cercana. Leer a Cervantes, por ejemplo... que es una persona, no un libro: esa clase de figura retórica. Los caballos de Aquiles convocan su presencia implícita, su carácter telúrico, por una metonimia asociativa. Están tan ligados a él (por su origen divino, su fama, su función en la guerra) que lo evocan sin necesidad de mostrarlo.

Apenas domados por el tenso brazo de Automedonte, los desbordados corceles imponen en mi pensamiento la figuración de un héroe de leyenda que nace del fulgor casi irresistible que ellos mismos proyectan. De tales caballos, tal Aquiles. Observen sus músculos a punto de romper la piel, las crines rizadas y largas al viento. Los ojos oscuros como una madrugada comunican un llanto que no es de bestias sino de dioses atolondrados. Un dolor que no puede estar más vivo.

La escena corresponde al canto XIX de La Ilíada... Aquiles regresará al combate y sus adoradas bestias, Janto y Balio, se resisten con una angustia enorme, porque ya saben que la sombra que cubre al tibio Patroclo pronto alcanzará a su dueño. Son caballos, hijos de Céfiro, el dios del viento, quien al pasar les susurra por encomienda divina que la muerte está próxima. Un momento pictórico lleno de presagios, en el que a pesar de una atmósfera amenazante logra transmitir épica y elegía, fuerza y fatalidad. Si los tengo que definir en dos palabras: son los caballos del cataclismo.

Al ver la obra y conocer el título, no me quedó otra que pensar en la elipsis figurativa elocuente. La ausencia del héroe lo vuelve más poderoso precisamente porque no se presenta, sino se intuye a través de la energía ingobernable. Una forma poética de invocarlo a través de sus posesiones: los caballos, como pudieran también ser la espada o el escudo. Un recurso muy frecuente en la poesía épica y, visualmente, en el arte narrativo. El arco de Ulises, más adelante, por ejemplo.

Un segundo pensamiento, más socarrón: imaginar el Aquiles que veía en su imaginación Henri Regnault. Creo que lo omitió porque le temblaba la mano y se le llenaba la frente ardiente de rocío.

¿Qué es lo que quizás, vistos como unidad, dicen a la vez artista y obra?

Que Automedonte representa posiblemente al individuo que intenta controlar fuerzas que lo superan. Los caballos no son meros animales, encarnan el instinto, el trauma y el destino ineludible. En la tensión resuena el momento en que el ser humano se da cuenta de que no tiene control sobre la naturaleza, ni siquiera sobre la suya propia, y aun así, no puede dejar de intentarlo. El drama de la conciencia de sí mismo: vivirse limitado y seguir, no obstante, luchando, porque la terquedad forma también parte de la condición humana. ¿Qué es serlo, sino el incesante intento de domar los potros salvajes del tránsito hasta la muerte, a menudo entre el barro y el fuego?

P.D.:

Jung, en este punto, pediría la palabra: “Lo que yo veo son los arquetipos que emergen del inconsciente colectivo. El héroe caído, los animales sagrados, la presencia fiel del sirviente.”

¿Qué otra cosa pueden ver si se fijan? A mí, por supuesto, supurando contenido... ¿a que sí?

Han visto una representación no representada del gran Aquiles. Una ausencia que sentimos como los vientos imaginados del huracán que se aproxima. Por los que, en estado de calma, clavamos maderos en las ventanas. Pero Aquiles hay de sobra. Algunos, como veremos en un segundo post... para colgar de un clavito.

No items found.

Gallery

No items found.

Comments powered by Talkyard.