
Esta adusta pareja victoriana parece pedalear en un triciclo tándem hacia un futuro receloso. La fotografía, tomada probablemente alrededor de 1885, nos muestra a un caballero de bigote impecable y gorra deportiva, convencido de estar domando la modernidad; ella, erguida y elegante, sostiene el manillar con la dignidad que demanda la ocasión. Estas máquinas, precursoras de la bicicleta moderna, simbolizaron en la Inglaterra industrial no solo el progreso técnico, sino también la incipiente libertad femenina.
Esta es la fotografía de una pareja victoriana sobre una bicicleta tándem. Estos ingenios decimonónicos fueron diseñados para dos o más personas. Ambos debían pedalear al mismo tiempo, aunque quien ocupaba la delantera —inmediatamente proclamado “capitán”— era el encargado de dirigir y controlar tanto la bicicleta como las finanzas del hogar, y lo demás: qué se comía, cuándo se dormía y a qué hora se levantaba la casa entera. El acompañante trasero —llamado copiloto o stoker— suministraba potencia al pedaleo. Dicho de otro modo: quien realmente hacía que el artefacto avanzara, pese a que había sido concebido para compartir el esfuerzo.
La imagen ofrece un fascinante vistazo a la dinámica social de las clases altas y medias de la época. Refleja la evolución de los roles de hombres y mujeres en la sociedad, pero sobre todo en el seno del hogar. Juntos en la bicicleta, podían fomentar un sentido de compañerismo y experiencias compartidas. Un “llévame aquí”, “llévame allá” o “apresúrate, que no tenemos todo el día”, frases que con los años se harían universales.
Durante este período, las bicicletas revolucionaron el transporte personal. Las abnegadas esposas no volvieron a pisar un charco. Con la incorporación de la cadena de transmisión, el ciclismo se hizo accesible y práctico, y sustituyó al carruaje, donde poco podían lucirse los vestidos recién adquiridos. Esta foto, en particular, sugiere un nivel de intimidad típicamente victoriano. Es notable que la pareja parece disfrutar de un paseo tranquilo.

Un triciclo tándem típico de la década de 1880. Fue muy popular antes de que la safety bicycle (la bicicleta de dos ruedas iguales) se impusiera hacia 1890. Las mujeres victorianas los valoraban especialmente, pues los consideraban más seguros y compatibles con la vestimenta de la época. Este modelo, con dos ruedas delanteras similares y una trasera mucho más pequeña, incorporaba un asiento lateral para la pasajera. Podían adquirirse por catálogo en Gran Bretaña entre 1883 y 1887.
El ciclismo también tuvo profundas implicaciones sociales. Para las mujeres, la recién adquirida posibilidad de montar en bicicleta simbolizó una libertad e independencia inéditas y desafió las normas tradicionales de género. Sobre ruedas, siempre adelante, defendieron su derecho al voto y lo conquistaron, al menos en espíritu, en unas cuantas horas de pedal. A medida que estos paseos compartidos se hicieron habituales, las relaciones basadas en el respeto mutuo y la compañía evolucionaron hacia algo difícil de describir con palabras y más fácil de entender observando con detenimiento la imagen.
Conforme el siglo XIX avanzaba hacia su ocaso, la popularidad del ciclismo también se reflejó en la moda. La pareja de la fotografía probablemente vestía el atuendo deportivo típico de la época: el hombre, con un traje de tres piezas; la mujer, con un vestido largo y fluido, apropiado para pedalear con orgullo y determinación. La imagen captura la desbordante alegría de un tiempo ido, donde el amor y el fastidio se entrelazaban en los abiertos callejones londinenses. Las bicicletas, tanto individuales como de dos plazas, pasaron a ser símbolo de modernidad y progreso, sobre todo para las señoras, que empezaron a fijarse no solo en el estado físico de sus parejas, sino también en las parejas de las demás.
Esta fotografía es, en resumen, un valioso documento que refleja el cambio: el “se acabó lo que se daba” de finales del siglo XIX. Un siglo que comenzó como todos los anteriores… y terminó de manera insospechada.

Los señores victorianos se distinguían por su copioso bigote y un gesto perpetuamente adusto. Las señoras, por su parte, declinaron el uso del bigote, pero sintonizaron a la perfección con el recatado júbilo de sus consortes.




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