THE

ANNEX

updated

Art News

El coleccionismo de arte ante el fuego: un patrimonio perdido

Marzo 24, 2024 | Por R10
Vea el original en español

Imagen que ilustra el texto original en The Washington Post

Go to English Version

En The Climate of Art Collecting, Christopher Cameron examina cómo los fenómenos climáticos extremos están alterando de manera radical la economía del mundo del arte. A raíz de incendios, huracanes e inundaciones recientes, colecciones privadas, galerías y estudios se enfrentan a pérdidas sin precedentes, planteando interrogantes sobre la fragilidad del patrimonio cultural y los límites de las pólizas de seguro. El texto expone cómo el cambio climático obliga a coleccionistas, aseguradoras y museos a replantearse estrategias de preservación y responsabilidad ante un mercado cada vez más vulnerable.

Lo siguiente es un comentario de carácter personal sobre lo que entiendo es más significativo.

El arte se crea o se adquiere con un fin casi siempre compartido: ser visto, dialogar con el otro. Aunque existen artistas que, por pudor, convicción o simple misterio, prefieren no mostrar su obra, esos casos son excepcionales —más aún si hablamos de artistas con verdadero talento. También hay coleccionistas que, tras comprar una pieza, la esconden, como si el acto de poseer fuera más importante que el de compartir. Así nace el arte de las sombras: el que existe en secreto, el que respira enclaustrado, lejos de los ojos del mundo.

A lo largo de la historia, la fragilidad del objeto artístico lo ha condenado a una forma cruel de impermanencia. Miles de obras extraordinarias han desaparecido a causa de guerras, saqueos, incendios o inundaciones. El arte, que suele resistirse al olvido, tiene enemigos implacables: el fuego y el agua, opuestos en esencia, aliados en la destrucción.

Yo también fui un muy modesto coleccionista durante años. No por lujo, sino por afecto: cada obra que llegó a mis manos fue un regalo, un gesto de cariño de artistas amigos. Algunas piezas eran bellísimas. Ninguna enfrentó una catástrofe natural, pero sí se toparon con algo mucho más infalible y paciente: el tiempo.

La mayoría sobrevivió, no porque yo supiera conservarlas, sino porque lograron escapar de mí. No tenía las condiciones ni los medios para proteger ese pequeño tesoro que se me había confiado. Y, sin embargo, bien cerca están muchas de ellas, todavía vivas, todavía hablándole al mundo... pero ya no desde mis paredes.

Mi historia personal es diminuta en lo que a pérdidas y afecto se refiere. Pero la traigo a colación porque el Washington Post publicó hoy un artículo sobre el tema. El texto titulado 'The climate of art collecting. Extreme waether is shaking up the economics of the world' es más largo que un lunes.

Imagen tomada de la versión impresa de The Washington Post

Lo leí como si subiera una cuesta. Y con mucha alegría lo resumí a unos pocos párrafos para compartirlo con ustedes, gente de trabajo, amigos que o bien reman a contracorriente o languidecen a menudo en colas infernales:

Los incendios forestales que azotaron Los Ángeles no solo arrasaron mansiones y palmeras: también acabaron con una parte esencial del patrimonio cultural contemporáneo. Ron Rivlin, coleccionista y galerista especializado en Warhol, vio su hogar reducido a cenizas junto a más de 300 obras de arte, entre ellas 30 Warhols y un monumental 'spin painting' de Damien Hirst. Salvó tres lienzos, los que cupieron en su auto, mientras el fuego avanzaba sin tregua. Y como él, muchos otros permanecen en silencio. Se habla de la mayor pérdida de arte desde la Segunda Guerra Mundial, pero nadie sabe —o quiere decir— cuántas piezas se perdieron realmente.

Esta tragedia revela una grieta profunda: no existe en Estados Unidos un registro centralizado de obras de arte. Sin catastro, sin transparencia, sin coordinación entre aseguradoras, museos y coleccionistas, el sistema flota en la ambigüedad. ¿Qué se puede hacer cuando el valor cultural de una obra arde junto con su valor monetario? El artículo de Christopher Cameron no solo documenta el desastre, sino que plantea preguntas incómodas: ¿es ético conservar obras maestras en zonas de riesgo climático? ¿Quién decide qué merece ser rescatado?

Algunos, como el Getty Museum, se salvaron gracias a protocolos muy rigurosos: limpieza de maleza, riego constante y brigadas entrenadas. Pero en el ámbito privado, las soluciones oscilan entre bóvedas suizas y réplicas colgadas en casas de lujo. Isabelle Bscher cuenta cómo algunos clientes prefieren guardar los originales y vivir con copias; otros, como Bill Gates, optan por pantallas digitales que rotan obras virtuales. El arte como presencia simbólica más que material parece ser una tendencia creciente entre los que tienen dinero por castigo.

En este nuevo paisaje, la figura del coleccionista va mutando. Hedges, otro protagonista del artículo, lo dice sin rodeos: ha nacido el 'prepper del arte', el que acumula obras pero también sistemas de protección, jets privados y búnkers a prueba de meteoritos. Porque si el fuego puede llegar a Pacific Palisades, puede llegar a cualquier parte.

Esta historia es un llamado de atención, una advertencia urgente sobre el papel que juega el arte —y su fragilidad— en tiempos de amenazas climáticas. Quizás sea hora de repensar no solo cómo lo protegemos, sino también qué tanto estamos dispuestos a compartirlo con el mundo antes de que desaparezca.

Ron Rivlin, 51, art collector and owner of Revolver Gallery, poses for a portrait at his gallery in Los Angeles on March 17. (Philip Cheung/For The Washington Post)

No items found.

Gallery

A painting by Andy Warhol titled, “Campbell's Soup Can (Tomato Soup) (Painting),” 1985, at Revolver Gallery in Los Angeles. The painting, which Rivlin calls one of his “bucket-list Warhols,” is one of three Warhol artworks he was able to save. (Philip Cheu
Warhol's “Four Hearts,” 1983, is another canvas Rivlin rescued. (Philip Cheung/For The Washington Post)
Warhol's “Self-Portrait (Painting),” 1979, was another work that managed to escape the flames. (Philip Cheung/For The Washington Post)
A visitor to the Brooklyn Museum of Art looks at artist Damien Hirst's “The Physical Impossibility of Death in the Mind of Someone Living” in 1999. The piece contains a tiger shark in a glass tank of formaldehyde. (Doug Kanter/AFP/Getty Images)
Rivlin searches through the debris of his destroyed home in Pacific Palisades. (Philip Cheung/For The Washington Post)
The exterior of Revolver Gallery in Los Angeles. (Philip Cheung/For The Washington Post)
Rivlin places his hand on Benisty’s 15-foot sculpture, “Broken but Together,” which survived the fires at his destroyed home. (Philip Cheung/For The Washington Post)
No items found.

Comments powered by Talkyard.