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Leticia Sánchez Toledo: todo o nada

Agosto 6, 2025 | Por R10
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Fotografía por Lisbet Corcoba

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Conozco a Leticia desde hace tantos años, que no logro encontrarle la punta a la memoria. Sí que me acuerdo, y mucho, de que cursando ella la carrera de diseño, me di cuenta de golpe que nunca sería una diseñadora. Porque era una artista y porque no podía, ni quería, ni le interesaba ser o hacer otra cosa. Tampoco recuerdo el momento en que vi sus obras por primera vez. Lo que sí sé, es que su obra ha orbitado mi mirada desde hace muchísimo tiempo, como si siempre hubiese estado ahí, agazapada y en silencio, a la espera de unos ojos mansos y desprevenidos. Quizás lo que sostiene mi atención constante es que si separamos lo esencial de lo accesorio, Leticia revela una coherencia tan intensa entre su ética vital y su estética pictórica que toda tentativa de apartar la obra de la mujer se vuelve inútil.

Unos días atrás fue seleccionada como una de las becarias de la Pollock-Krasner Foundation, una institución que desde hace cuarenta años apoya a artistas visuales de todo el mundo. Este reconocimiento no solo valida su obra ante los ojos de su comunidad, sino que consagra una ética, una forma de estar en el mundo y una voluntad de trabajo que no siempre obtiene recompensa y mucho menos en el exilio.

Hay algo en la manera en que Leticia mira que me recuerda las siluetas de una sala semivacía, de un cine de pueblo. Su infancia en Cabaiguán, marcada por tardes repetidas frente a la misma película, no fue anecdótica: fue una iniciación estética. Lo que para otros habría sido tedioso o una manera de escapar de la monotonía del pueblo, en ella fue entrenamiento sensorial. Aprendió a ver más allá del argumento, a registrar los silencios, a decantar la luz. Su pintura nacería de esa mirada cinematográfica que disuelve la narración en atmósferas.

Detrás de ese cuerpo menudo, de esa delicadeza, hay una artista con una voluntad de hierro. Y pinta sin cesar porque no puede, ni quiere, ni le interesa hacer otra cosa. Porque una fe inverosímil, casi desquiciada, la empuja cada día hacia el taller donde le cose a cada sombra un pedazo de luz, donde atrapa cada brisa, cada pliegue del día que cruza. No hay en su trabajo intención de complacer a nadie ni de explicarse. Solo una necesidad vital, casi biológica. Pintar, para ella, es la única forma de no desaparecer, de entender su lugar en el mundo.

En su pequeño taller, como en el anterior de La Pequeña Habana, empasta capa tras capa, con una constancia asombrosa. No por grandilocuente, sino por silenciosa. Porque ha sabido perseverar sin escándalo y sin alardes, en un mundo que gusta premiar el ruido.

Su pintura tiene la sobriedad de la intimidad. Mujeres —casi siempre— en interiores, detenidas en el escenario de un tiempo ambiguo, dentro de habitaciones donde la luz no solo revela: también oculta. Sus cuadros no cuentan historias; las contienen. Son atmósferas detenidas entre lo que fue y lo que aún no se ha revelado. Y aún cuando no se entiendan del todo, se las intuye. Lo verdaderamente importante en la vida puede prescindir de las palabras.

Hands made, 2023. Óleo sobre lienzo. 244 x 132 cm

En ese sentido, no sorprende que una de las piezas que más significado tiene para ella sea 'Hand Made', una escena de mujeres trabajando en silencio bajo una luz fría. No hay discurso explícito, no hay denuncia ni panfleto. Pero late la rotunda dignidad de lo intrascendente. Una reverencia hacia lo cotidiano. Una fe en lo esencial.

Cosa graciosa, tal cuál su propia obra, no sabe muy bien ella misma, explicar lo que pinta. Lo más natural del mundo, porque la palabra no suele acompañar a la forma que retoza en libertad, la que no significa ni semeja. Por ello, creo que ambos silencios tienen la misma estructura que sostiene sus lienzos. Conciencia espacial, rítmica, respiración. Leticia nunca se ha sentido presionada por el silencio, no intenta llenarlos con soniditos ni trinos, lo habita descaradamente. Y en estos tiempos, eso es audacia.

Trato de recordar un desarrollo tan acelerado como el que ha experimentado en unos pocos años. Desde que expuso su trabajo —con una timidez memorable— en la Annex Gallery de Cincinnati hasta este reconocimiento, que recibe de pie, desafiando las fuerzas que la debían sujetar. Puedes llamarlas como quieras: envidia, mal de ojo, economía, realidad... lo que quieras. Atravesó cada una ante la mirada de muchos asombrados.

Así que La beca de la Pollock-Krasner Foundation no llega por casualidad. Sino como consecuencia de una obra ya bien madura, honesta, profundamente sensible y rigurosa. También como acto de justicia. Porque en un sistema que muchas veces margina a quienes trabajan en los márgenes —por geografía, por género, por limitaciones estructurales, por idioma— este reconocimiento estalla como una violenta afirmación.

A día de hoy Leticia no intenta explicar su obra, ni quiere, ni puede, ni le interesa. Y sin embargo, al hablar con ella, de cualquier otra cosa, todo cobra sentido. Hay en el relato de su cotidianidad una claridad emocional que desarma. Pasa de las bellas teorías y de las retóricas al uso. Habla desde el cuerpo, desde la experiencia, desde una memoria que construyó sin archivos, sin fotografías, con películas vistas muchas veces y habitaciones cargadas de presencias.

Yo celebro esta beca más que como una noticia, como el triunfo de la fe y la convicción. Porque ella representa a una generación de artistas que han aprendido —e insistido— en sostener la belleza. A cultivar el silencio como forma de resistencia. A pintar sin pedir permiso. A crear desde la sombra, no por esconderse, sino para poder ver mejor la luz.

Fotografía por Lisbet Corcoba

En un mundo cada vez más vertiginoso, conceptual, sarcástico por otra parte, burlón, descreído... su trabajo es un recordatorio de lo que realmente importa: detenerse. Mirar, sentir, pintar. Volver a ser, una vez más, volver a pintar, otra vez y luego, volver a mirar.

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Gallery

Journey woman, 2024.Óleo sobre lienzo. 61 x 46 cm.
La meridienne, 2025. Óleo sobre cartulina. 46 x 61 cm.
The game, 2025. Óleo sobre lienzo. 30.50 x 40.50 cm
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