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Luminar 4

Agosto 17, 2025 | Por R10
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Hojeando —digitalmente— el último número de la revista Tech Life encuentro esta publicidad de Luminar 4. Estuve a punto de ser seducido, abducido más bien, por la promesa de un futuro digitalmente retocado.

Hago una pequeña investigación y confirmo que Luminar es un software de edición fotográfica desarrollado por Skylum. Está basado en el uso de inteligencia artificial y despierta mucha curiosidad en el mercado de las crédulas almas, entre los devotos del oropel tecnológico y quienes cuentan con muy baja resistencia al encanto de la publicidad. Incorpora herramientas automáticas como el reemplazo de cielos (AI Sky Replacement), la mejora de texturas (AI Structure) y los ajustes de retrato y piel (AI Portrait y Skin Enhancer), capaces de transformar imágenes de forma rápida y realista. Su interfaz fue organizada por pestañas para facilitar un flujo de trabajo sencillo y no destructivo. Incorpora estilos prediseñados (“Looks”) aplicables con un solo clic, tanto en su versión independiente como en su uso como plugin de Photoshop o Lightroom. Aunque su gestión de biblioteca es limitada y algunos procesos pueden resultar lentos, destaca por su accesibilidad, la potencia de sus algoritmos y la posibilidad de obtener resultados profesionales sin necesidad de una curva de aprendizaje compleja, lo que lo convierte en una alternativa atractiva frente a editores tradicionales como Lightroom, especialmente para quienes buscan eficiencia y creatividad en un pago único sin suscripción.

Como ves, es fácil dejarse llevar por lo que nos cuentan los especialistas del marketing digital.

Publicidad de Luminar 4, en la revista Tech Life publicada ayer 16 de agosto de 2025

En publicidad, la capacidad de deslumbrar es el arma definitiva: basta un poco de brillo artificial para dejar a la audiencia con la boca abierta. La estrategia habitual es saturar el producto de turno con colores, promesas y sonrisas impecables para que nadie pregunte por lo esencial. El consumidor medio no busca profundidad, sino destellos; no quiere certezas, sino el relámpago que lo distraiga por un segundo de su tedio. Y así, el mercado se convierte en un gran espectáculo de fuegos artificiales donde el valor real del producto es lo de menos: lo importante es encandilar lo suficiente como para calentar la tarjeta de crédito antes de que los ojos se acostumbren a la mustia penumbra de la realidad.

Mi alarma saltó cuando una aplicación como esta empiece a ser utilizada por los peatones de la imagen. Por la sobrina que se convertirá a su vez en tía, en abuela, en un antepasado que sonríe desde una fotografía HD. ¿Intentaremos avanzar hacia la irrealidad para deslumbrar a los descendientes que aún no nacieron?

Los recuerdos familiares alterados artificialmente ya no son memoria, son espejismos empaquetados, una postal edulcorada donde las arrugas fueron borradas, los silencios se llenan de sonrisas y hasta el tío más insoportable aparece convertido en santo. ¿Qué utilidad tendría almacenar estas falsificaciones?, ¿cuál sería su valor en el mercado escondido de nuestros recuerdos? El mismo que una joya de fantasía que brilla, emociona y hasta impresiona a los tontos, pero que a la primera mirada severa revela su pobreza. Con cada retoque de Luminar, lo que pudo ser testimonio se convierte en caricatura, lo que era herencia se degrada en propaganda doméstica familiar. Al final, lo único auténtico que queda es la evidencia de nuestra desesperación por embalsamar el tiempo, por injertar percepciones falsas en la mente de personas que no conocemos.

La corrupción de la memoria es abominable. Una cosa es el discurso histórico de la casta dominante, de los que vencieron y que damos por bueno so pena de ser excluidos del masivo coro de la adulación popular, y otra, engañar a los nietos de nuestros nietos. Yo, que creo en el ascenso del alma, estaría muy avergonzado de recibir en el cielo a mi tataranieto y que me preguntara: “¿Y tú quién eres?”.

Caspar David Friedrich. El caminante sobre el mar de nubes, 1818. C. D. Friedrich fue un pintor paisajista romántico alemán, considerado en general el artista más importante de su generación, cuya obra, a menudo simbólica y contraria al clasicismo, transmite una respuesta subjetiva y emocional ante el mundo natural.

PD

En 1818, Caspar David Friedrich pintó El caminante sobre el mar de nubes: un hombre de espaldas que, sin necesidad de retoques, encarna la pequeñez del individuo ante lo sublime. Fue una reflexión profunda, casi mística, sobre la relación entre el ser humano y la inmensidad de la naturaleza.

Dos siglos más tarde, un diseñador gráfico —quizás— decide colocar a un personajillo con chaqueta roja, centrado, en la cornisa de un cráter azul turquesa. La composición es idéntica, pero su propósito ya no es conmover al alma romántica, sino suplantar el carácter de la obra de Dios y resaltar la inmensidad del testigo. Lo aparencial de una gravedad estética prefabricada. El original invitaba a la contemplación y al vértigo existencial; esta versión digitalizada procura el consumo rápido, la empaquetada profundidad que será muy probablemente ignorada por la borrachera superficial del merchandising emocional. Friedrich miraba la eternidad... este, Dios sabrá, la pantalla, el número de likes. ¿A quién le importa?

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