Go to English VersionCuando era mozuelo, tenía la firme convicción de que todo lo que venía del primer mundo —los frentes fríos en primer lugar— era bueno y bonito. Los jabones Nácar, que de nacarados nada, se distribuían junto con el azúcar y el aceite sin envoltorios, como el Dios de la Planificación los trajo al mundo. El placer insano de rasgar el forro nos estuvo vedado hasta que los empezaron a traer del Bloque Socialista, frío también, pero no primer mundo.
Creía que la publicidad en una sociedad de consumo casi histérico tenía que ser infalible, pues necesitaba sostener el deseo de parecer para poder ser. Resulta que no. Ya en una edad provecta, he notado que la mayoría de los anuncios son tan tontos como lo son sus receptores. En estos tiempos donde ya no se suelen llevar el carácter, ni las costumbres, ni siquiera las malas, mucha publicidad parece apuntar al rebaño completo, segura de que alguno cae.
He visto pocas tan absurdas como esta. Las Kettle Chips suelen prepararse en lotes pequeños y en calderas abiertas —de ahí su nombre 'kettle' (caldera)— por lo que pueden presumir de una textura más gruesa y crujiente, además de un sabor más intenso. Seguro están buenísimas, seguro que parecen hechas por la abuela. ¿Cuál es su público? ¿Quiénes las consumen? ¡Los mismos de siempre! ¡Los que pueden pagar la discreta diferencia! ¡Por supuesto!
Ese señorito del anuncio, con esa cara de asco, con esa expresión de 'hago lo que sea por cuatro perras' y, a no ser que esté disfrazado justamente de 'señorito', no las consume. Esa gente, la que se pone esas corbaticas, la que se pone el anillo en el dedo índice de la mano izquierda para romper la simetría con el anillo de la derecha, no come papitas.
Los mensajes que recibo desde la postura y expresión de este esforzado camarada son:
- Siento un profundo asco por las papitas.
- Sostengo esta bolsa como si fuera una rata.
- No quiero mirar al fotógrafo, menos, mucho menos a ustedes, catetos, cretinos, inmundos comedores de papitas.
- Tú, lector que te detienes, eres un zoquete, un tarugo y un cenutrio.
- Quiero irme de aquí ya.
- Odio a la humanidad, a Dios, al Universo y a todos ustedes.
Esta gente, que vive en Vogue, Harper's Bazaar, Elle, Marie Claire y Grazia... ¡no comen papitas, chico! Es más, no comen. Viven del aire y de la síntesis fotográfica. Este colectivo que no trabaja y tiene dinero para comprar botas de dos libras odia la grasa, el simple acto de masticar, y su insulto favorito y orgásmico es decirle a los demás que huelen a bacon. Vestidos con trajes y vestidos que cuestan un mes de trabajo a un humano tradicional, se mantienen alejados del aceite y la mantequilla. Que alguien los sorprenda masticando puede significar el destierro expedito, el 'no vendrás otra vez más a mi fiesta'.
Entonces tú, Kettle. No tienes nada que ver conmigo, tu modelo no me representa. Si él desprecia las papitas, me desprecia a mí, a su potencial consumidor. Yo no quiero ser esa persona. Soy un gordito vago que prefiere comprar las papitas para no tener que freírlas. No tengo ropa cara, me lavo la cabeza con 'Head and Shoulders' y tengo un cepillo. Si quiero recoger una pierna, la dejo detrás, donde toca, porque si quieres ver mis zapatos, con ver el izquierdo te puedes imaginar que el derecho es lo más parecido que te puedes imaginar. No quiero estar recostado sobre un mueble, en una esquina de la fiesta. No quiero ir a esa fiesta, prefiero quedarme con el perro o el gato comiendo papitas de gente con grasita.
Kettle, espero no cruzarme contigo nunca más.




Comments powered by Talkyard.